IMÁGENES DE ARCHIVO. FERNANDO MARTÍN GODOY

martin godoyImágenes de archivo:

Fernando Martín Godoy (Zaragoza, 1975) es un joven artista de gran proyección internacional, licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, completó su formación en ciudades como Nueva York o París, entre otras. Ha recibido numerosas becas y reconocimientos en su trayectoria artística y ha expuesto a nivel individual en galerías de Madrid, Zaragoza y Santander.

El título de esta exposición hace referencia a las imágenes utilizadas por los medios de comunicación para ilustrar gráficamente una noticia, se trata de los recursos de archivo generados anteriormente, imágenes significativas que adquieren objetividad y atemporalidad para poder ser devueltas al presente.

La obra de Martín Godoy es el resultado de un proceso creativo que se fundamenta en la intuición y en la evocación imaginativa. En esta exposición se nutre visualmente de una serie de fotografías que le sirven de inspiración para la creación de su obra gráfica. Siguiendo esta línea de registro, el artista ha ido generando una colección de imágenes, algunas realizadas por él mismo, con su cámara digital, y otras simplemente encontradas en Internet. Le interesa la idea de archivo fotográfico, de álbum o de tablón de ídolos, como los que hay en los bares o en los talleres de trabajo: una especie de retablo idolátrico con los recortes de sus cantantes favoritos, sus jugadores de fútbol, sus actores, sus seres queridos o la gente que ha pasado por allí. Pero la elección de los motivos a representar no es arbitraria, existe un deseo de permanencia, de recopilar todo aquello que vale la pena recordar y dejar constancia de ello en un medio plástico.

Se podría decir que el proceso creativo consiste en coleccionar imágenes superadas por el tiempo y otorgarles una segunda vida, tratando de dar un medio de supervivencia, no tanto de la historia individual sino yendo más allá. Esta forma de coleccionismo “postmoderno”, que podríamos denominar archivístico, tiene que ver con la pasión por coleccionar que definía Walter Benjamin como el caos de los recuerdos, al fin y al cabo una forma de construir memoria con un alto grado de conciencia del tiempo y de la colectividad. No se trata tanto de un archivo de imágenes arqueológicas, sino de un archivo vivo que sirve de punto de partida para iniciar un discurso narrativo nuevo, imaginativo, donde el espectador realiza conexiones argumentales a partir de la asociación de ideas, como si de un juego intelectual se tratara, donde cada espectador al acercarse y descubrir cada escena pudiera conformar su propia historia, que aunque pretende ser presentada como una narrativa subjetiva y autobiográfica del artista, no deja de ser una construcción mental, una asociación conceptual de imágenes e iconos visuales generada por nuestra intuición y nuestro deseo.

Consiste, por lo tanto, en un discurso narrativo personal, autobiográfico en cierto sentido, dentro de la ficción planteada, consiguiendo manipular la realidad por medio del dibujo. Y ciertamente la colección de fotografías apenas permite manipulación, pero cuando esta colección se transforma en dibujos, la alteración plástica de la realidad se convierte en una versión onírica fijada de un modo realmente bello, una narración ficticia en la que se autorretrata no sólo el imaginario individual y colectivo del artista, sino también un poco el de cada uno del que mira.

La exposición está constituida por un enorme políptico lineal, a modo de celuloide fílmico, una película por visionar donde podemos apreciar una colección de recuerdos, inquietudes, encuentros singulares, desencuentros, instantes vitales, sensaciones y escenarios, que nos evocan un argumento escondido. Se trata de leer entre líneas, imaginar una historia no narrada,  cuya existencia radica en nuestra capacidad imaginativa como espectadores para construirla. Sin duda el descubrimiento del hilo conductor nos obligará a acercarnos  a cada uno de los dibujos, enigmáticos y sugerentes, para después alejarnos y tomar distancia argumental. Un baile coreográfico al que el artista nos obliga como espectadores para poder recorrer su mundo interior plasmado aquí de un modo tan bello.

En esta muestra vislumbramos la percepción apropiacionista de la realidad, y es que el valor que se le da a las imágenes coleccionadas radica en las historias particulares que esconden cada una de ellas, y por lo tanto el valor de las mismas se convierte en un valor social, pero sin olvidar una cierta irrealidad de la acción misma, pudiendo vislumbrar cierta herencia histórica del objet trouvé surrealista.

Destaca la disposición de los dibujos, alineados, pero agrupándolos por familias, potenciando el carácter aparentemente narrativo del montaje, aunque en realidad no existe una historia como tal de antemano.

En Imágenes de archivo, los dos primeros dibujos son una soprano y un pianista dando un recital rodeados de oscuridad. Seguidos por un dibujo de un plato chino con un paisaje lleno de escenas y detalles. Parece que estas imágenes desatan la historia que se podría contar en la exposición, en la que van apareciendo espacios, personajes exóticos o rostros en penumbra.

Entre otros motivos, podemos ver a tres pintores de primera línea: Gerhard Richter, Marlene Dumas y
Alex Katz, tres referencias artísticas para su trabajo, situados delante de un papel en blanco y rodeados de una oscuridad inmensa, como si estuvieran solos en el mundo a la hora de afrontar su cometido. Dentro de esta narración encontramos  también dos versiones de un mismo paisaje, como si fueran dos fotogramas de una misma escena, referencia innegable a la temporalidad. Así como el tratamiento de un objeto contemporáneo como un elemento indeterminado, que podría parecer un teléfono móvil o un mando a distancia. Escenas que nos llevan a cierto desconcierto y a la inquietud de querer saber más, y que nos obligan de un modo magnético a seguir mirando, leyendo la narración, al fin y al cabo.

El montaje expositivo recuerda a las imágenes generadas por el grafoscopio, aparato que utilizó  el estudio Laurent y Cía. a finales del siglo XIX en el Museo del Prado y con el que obtenían panorámicas de 30 cm x 10 metros de las paredes de las salas repletas de obras. Formatos alargados que recogen en una sola imagen una colección de cuadros ingente, como es el caso también de las pinturas de Teniers, Pannini o Van Haeght, que plasmaban la gran acumulación de obras artísticas en las paredes de los museos, algo que a Martín Godoy le fascina y que de algún modo deja entrever en la disposición de sus obras, lineales, abigarradas, sin duda una reminiscencia estética de sus herencias visuales.

En cuanto a la técnica artística, todos los dibujos están realizados en tinta china sobre papel, siendo destacable la austeridad de los medios técnicos y la versatilidad conseguida. Cómo las imágenes son escondidas bajo capas traslúcidas de tinta que dejan las imágenes en penumbra, o a veces en sombra, llegando casi a la oscuridad más absoluta. Intentando sacar siempre el máximo partido de las limitaciones de la técnica. Utiliza toda la gama de tonos de gris que van desde el blanco del papel al negro más intenso de la tinta, intentando convertir las casualidades técnicas del proceso en parte importante de la obra, resolviéndolas visualmente de un modo magistral. Los perfiles se intuyen, los rasgos se desdibujan, los rostros aparecen ocultos en la penumbra de una luz que los deja permanecer en el anonimato. Y es que la luz juega también un papel fundamental en la obra de Martín Godoy, la cual se transparenta a través de una ventana, en la noche, o ilumina el lecho donde se ha dormido intensamente en una mañana soleada. Su presencia es latente, atraviesa un pasillo o incide puntualmente en un lugar concreto, intencionado, dando importancia y valor al argumento, a la narración. Del mismo modo, la sombra también es vital en la representación, la oscuridad frente a la claridad, escondiendo aquello que el artista no quiere descifrar.

La pintura de Martín Godoy es sintética, huye del detalle figurativo, donde la geometría estiliza los contornos para plasmar alegorías del objeto más que su mera representación. El reto de este trabajo creativo es sin duda, crear unas obras muy intensas partiendo de muy pocos medios, tan sólo la tinta, el agua y el papel.

Destaca la gran variedad de calidades estéticas que ofrece la tinta, al extenderse y derramarse sobre el soporte de un modo imprevisible, dependiendo del grado de humedad de éste. La densidad de la tinta, utilizada en muchos casos en estos dibujos para ocultar lo que hay debajo, remite necesariamente a la densidad del tiempo, que vela los recuerdos y las experiencias. Es como si el blanco y negro diese un cierto aire de objetividad a las obras, unido al hecho de que aún partiendo de fotografías, no le suelen interesar los detalles que harían de estas obras más realistas, quedándose sólo con lo más elemental de la estructura, consiguiendo abstraer y sintetizar la imagen de la que parte, intentando captar el espíritu, el alma de las imágenes y de los espacios, objetos o personajes que representan.

Este desfase temporal entre el registro de imágenes y nuestra realidad se evidencia en la apariencia monocromática, donde el blanco y negro evoca no sólo a la fotografía de principio de siglo XX, sino también a las películas de aquella época.

Heredero de una serie de conocimientos, imágenes, personas que le han influido, Martín Godoy se siente en el deber artístico y moral de plasmarlo para transmitir, para que al observar alcancemos su memoria subjetiva y nos adentremos en su mundo personal imaginario. Se trata de un viaje fascinante a través de imágenes en blanco y negro que nos evocan un tiempo pasado que se proyecta al futuro.

Sorprende el anonimato de los rostros, la cosificación de las figuras que adquieren un carácter geométrico en los perfiles. Héroes sin rostro, personas despersonalizadas, sin rasgos, que podrían representarnos a cualquiera de nosotros, un símbolo, una silueta, una presencia, tan sólo un halo de luz tenue que nos deja intuir la presencia de un objeto, una persona, o tan sólo un escenario, doméstico o urbano, donde la historia está por escribir.

Conceptualmente, fluctúa alrededor de una serie de temas que funcionan como partes móviles de una gran nube. Su intención más consciente, como artista, es la de transmitir el misterio y la belleza de lo que ve en la vida cotidiana. En muchas de las obras se habla de las apariencias, de las trampas de lo visual, como en los dibujos que se refieren al mundo de la moda o en la delicada frontera que existe entre lo que es importante y lo que no lo es. A menudo se centra la mirada en algo que no se puede distinguir bien porque está borroso, tan sintetizado formalmente que cuesta reconocerlo o simplemente porque está sumido en la oscuridad. Esa visión inquietante y mágica de la realidad geometrizada, no deja de ser la alegoría intuitiva del mundo y todo lo que contiene, imágenes sintetizadas, donde el artista capta la esencia misma de las cosas para, de algún modo, hacernos más conscientes.

(Texto del catálogo de la exposición en la sala de Bantierra. Zaragoza. 2013)

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